|
EL 15 de agosto de 1928, en la página 6 del diario El Mundo de Buenos Aires, apareció una sección titulada "Aguas Fuertes Porteñas". Llevaba el subtítulo de "El hombre que ocupa la vidriera del café" y la firma de Roberto Arlt. En realidad, Arlt se habla incorporado al diario en mayo de ese año, iniciando sus notas, recuadradas y anónimas, al mes siguiente. El nombre de la sección fue propuesto por Carlos Muzio Sáenz Peña, director del medio.
Por entonces Arlt tenía una novela publicada -El juguete rabioso (1926)- y cierta experiencia periodística, adquirida sobre todo en el semanario Don Goyo (1926-1927) y en las páginas policiales de Crítica (1927). Escribiría sus aguafuertes, en forma ininterrumpida, hasta 1935. En este lapso edita otras tres novelas, un volumen de cuentos e inicia su actividad teatral.
La crítica literaria y la universidad soslayan sistemáticamente este campo de la escritura de Arlt. En todo caso, lo observan en función de detectar los elementos básicos de su narrativa y de su dramaturgia, haciendo del aguafuerte el borrador de un texto que, en otro registro, se desarrolla con mayor elaboración. Y sin embargo estas aguafuertes ofrecen en sí mismas cuestiones de interés. Tanto por su cantidad-según cálculos de su hija Mirta y de Omar Borré, hacia 1932 Arlt lleva escritas 1.200- como por su calidad, que las sitúa en el mejor género costumbrista. Dentro de la obra, se destacan con claridad. Por otra parte, hoy resulta paradójico su desconocimiento, cuando fue la"columna diaria" lo que dio popularidad a su autor.
MISTERIO Y CATÁSTROFE. Cada aguafuerte incluye, en general, el hecho que la provocó o la circunstancia en la cual se tomó conocimiento de la historia referida. Su relato queda así localizado: "Caminaba hoy por la calle Rivadavia, a la altura de Membrillar... "; o bien: "Esta mañana pasando por la calle Talcahuano... ". Ese detalle es significativo: el cronista se muestra como un vagabundo, que observa, analiza e imagina, atento a lo más inmediato de la actualidad. Una curiosidad que mereció su propia aguafuerte -"El placer de vagabundear"- donde se establece que "para vagar hay que estar por completo despojado de prejuicios y luego ser un poquitín escéptico".
Sentado en el tranvía, caminando por la calle, Arlt experimenta una "iluminación". Las personas comunes, los episodios de la vida de barrio y suburbana, los espacios físicos, las nuevas configuraciones y las costumbres del trato social son sus asuntos. El vagabundeo termina con un descubrimiento. A partir del dato registrado se despliega un relato. Para ello, Arlt suele necesitar muy poco: una frase, una visión fugaz, el "carpeteo" de algún personaje.
En parte por la preocupación de interesar al lector, en sus crónicas lo cotidiano pierde su carácter evidente. Lo que se halla a la vista, en cuanto se fábula, no es nada obvio. Por el contrario, genera un enigma. Las casas sin terminar suscitan una "sensación de misterio y catástrofe", y el taller donde se arreglan muñecas una pregunta: "¿qué gente será la que hace componer muñecas y por qué? Ese enigma comporta, además, una carga de espectacularidad: el hombre que pide, "insignificantísimo hecho que revela todo un mundo", provoca la comprensión de "toda la tragedia que en él se encerraba" ("El tímido llamado").
Los temas de las aguafuertes son de dominio público. Se trata de hechos que ocurren diariamente, incluso en sitios u horas determinadas: "todos los días, a las cinco de la tarde, tropiezo con muchachas que vienen de buscar costura" ("La muchacha del atado"). El relato tiene en esas circunstancias su respaldo. Lo que allí se dice puede ser comprobado, e insistentemente Arlt invita a su lector a verificar
por sí mismo el descubrimiento realizado. Este recurso -la apelación a una memoria y a un espacio compartido- explica la repercusión de las aguafuertes.
A las tres de la madrugada cada ventana iluminada se vuelve sospechosa; es indicio de una historia que no ha sido narrada ("Ventanas iluminadas"). Ese asombro -por las cosas que se ven, las palabras que se escuchan, "las tragedias que se dan a conocer"- permite deducir una conclusión: para Arlt, lo cotidiano es aquello sobre lo cual aún no se ha escrito.
EL HUMOR. La ubicación de las aguafuertes plantea dificultades. En tanto configuran relatos -ya Conrado Nalé Roxlo llamó "cuentos" a las notas de Arlt para Don Goyo- pueden filiarse a la literatura. Sin embargo, junto al pequeño propietario, el literato resulta el prototipo más escarnecido; la crítica apunta a las veleidades del escritor, que se aísla del público y se ignora como trabajador, lo cual redunda sin más en el "macaneo". A esto se opone la idea del escritor operario, que funciona como un centro de relación común para sus lectores; pero tal escritor "no tiene nada que ver con la literatura" ("Sobre la simpatía humana"). Y cuando Arlt defiende el uso del lunfardo, reivindica a Fray Mocho, Félix Lima y Last Reason. Estos autores, costumbristas, captaron el lenguaje hablado, con personajes y conflictos desconocidos por la literatura.
Por sus condiciones de producción, las aguafuertes se acercan al periodismo. Pero su rescate y su modo de elaborar el suceso corriente son distintos. En rigor, no se refieren a la actualidad, al suceso puntual, sino a fenómenos o curiosidades de carácter permanente, los "matices ornamentales de la ciudad". Y no buscan la descripción informativa. Arlt formaliza lo cotidiano en otro nivel -burlesco-, estableciendo "categorías" o dando nombre a "procesos" no explorados.
Los tipos del "hombre corcho", del "siniestro mirón" o del "hermanito coimero" son de su invención. No en vano las Aguafuertes porteñas son una de las "autoridades invocadas" en el Diccionario lunfardo de José Gobello (1975).
La introducción de tales hechos o tipos está dirigida a crear expectativas: "he asistido a una escena altamente edificante para la moral", se anuncia en "Aristocracia de barrio". Este suspenso se resuelve en general con una salida humorística, por el contraste entre la desmesura sugerida y lo minúsculo o patético del asunto en sí. El humor es determinante en el punto de vista de Arlt. A diferencia de lo que ocurre con otros costumbristas, su irrisión de modalidades o personajes no persigue un fin "serio", es decir, la corrección de las maneras sociales.
El humor se logra por la mezcla de conceptos "elevados" y situaciones vulgares. Hay un desajuste, deliberadamente exagerado, entre la expresión y su referencia: el hombre que busca empleo enfrenta "un dilema hamletiano". Lo cual también se extiende a las propias aguafuertes: acerca del hombre "que se tira a muerto", Arlt toma "apuntes filosóficos" y el lenguaje coloquial dará pie a "estudios de filología lunfarda".
Ciertas referencias culturales son así rebajadas: "El tiempo, esa abstracción matemática que revuelve la sesera a todos los otarios con patentada sabios, existe, nena". ("¡Atenti, nena que el tiempo pasa!").
EL TRATO DE LOS CANALLAS. No son las luces y los monumentos del centro o los personajes de la buena vida lo que las aguafuertes retratan. Arlt recorre más bien los márgenes, donde se escenifica "la terrible lucha por la vida". El centro de
la ciudad se presenta rara vez, y también en sus aspectos marginales: el teatro de variedades, mezcla de circo y de taberna, donde acuden fracasados, pobres y "fieras"; el café que reúne, a ciertas horas de la noche, a "algunos señores que trabajan de ladrones".
En "No era ése el sitio, no..." sostiene que la estatua de Florencio Sánchez debería ser trasladada a la calle Corrientes. La excusa sirve para una descripción notable de la vida nocturna y sus habitantes: la bataclana, el canillita, las viejas actrices, los mozos, el poeta borracho.
En una autobiografía publicada por Crítica (28/ 2/1927), Arlt había escrito: "socialmente me interesa más el trato de los canallas y los charlatanes que el de las personas decentes".
Ese interés se justifica por el deseo de "escuchar historias" ("Conversaciones de ladrones").
Las voces de la calle sirven de pivote a las aguafuertes. A veces, Arlt da a su texto forma de monólogo o dialogo, reelaborando una conversación. Esas expresiones tienen el valor de ser características, es decir que por sí mismas trazan una descripción o un retrato.
Condensan "virtudes misteriosas" y "cualidades psicológicas". Son frases de época, pero por el procedimiento del aguafuerte -en plástica, una técnica de grabado- resultan indelebles: la "fauna" de Arlt se mantiene en el estado en que fue apresada -"vivita y coleando "- y es susceptible de nuevos desarrollos por parte del lector.
Muchos escritores pasaron por la redacción de El Mundo: Horacio Quiroga, Leopoldo Marechal, Nicolás Olivari, Raúl Scalabrini Ortiz, entre otros. Para los literatos, suele decirse, el periodismo es una fuente de recursos. Arlt encontró en ello la verdad de su condición -"los que escribimos y firmamos lo hacemos para ganarnos el puchero"- y la posibilidad de un trabajo que la literatura no realizó.
|
(Del suplemento Cultural El País de Montevideo)